¿De qué seríamos capaces si tuviéramos el convencimiento de que, lo que hacemos «no es culpa nuestra»? ¿podría cualquier persona actuar con la mayor de las crueldades solo por «obedecer a una autoridad»?
Esta es una pregunta cuya respuesta ha llenado libros y teorías a lo largo de todo el siglo XX y el XXI, sobre todo después de presenciar brutales crímenes masivos como los ocurridos durante el nazismo en los campos de exterminio del III Reich.
Muchos son los estudios que intentan ayudarnos a comprender por ejemplo cómo, más allá de Hitler o los grandes líderes Nazis, soldados alemanes eran capaces de cumplir órdenes tan extremas como conducir a un grupo de personas a un barracón en el que iban a ser «exterminados». Precisamente, una de las claves puede estar en el concepto de «cumplir órdenes» o de «eliminar el sentimiento de culpa».
Stanley Milgram, psicólogo norteamericano, llevó a cabo en 1961, una serie de experimentos buscando los mecanismos que entran en juego cuando hablamos de «obediencia» y hasta que punto somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos cuando actuamos porque «alguien nos lo ordena», llegando incluso a desaparecer de nuestro interior, conceptos como el de ética o moralidad.
El experimento de Milgram
En uno de sus estudios, Milgram preparó un experimento con el que obtuvo algunos resultados y reflexiones que abrieron grandes campos de investigación posteriores.
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